No te ponen, ¡te pones!

No te ponen, ¡te pones!

Sí, sí cómo lo lees.

Y es que cuando entiendes el proceso de cómo funcionamos las personas, no son los demás los que nos ponen. No.

Y sí, quizá el titular te recuerde a Lorena Berdún de cuando hablaba de sexo en aquel programa de radio de los 40 principales, “en tu casa o en la mía” y aunque no voy exactamente por ahí, podría equipararse.

Te lanzo la pregunta de si en alguna ocasión has oído decir o incluso dicho tú mism@ aquello de:

“¡Me pones nervios@!”

Sí, una frase que hasta yo misma decía y ¡ojo! porque el lenguaje no es inocente y hay mucho ahí encerrado si lo analizamos.

  • Me pones:
    Lo que hacemos es apuntar con el dedo al culpable en lugar de hacernos responsables.
    Eres TÚ el que me pone nervioso/a MI

Una forma muy fácil de echar balones fuera y culpabilizar a los demás sobre mi estado emocional normalmente alterado (nervioso, cabreado, disgustado,…).

¿A quién apuntamos? A fuera, al otro o a los demás (en plural, me ponen).

Son los demás los que tienen el control sobre mi estado emocional.

 

Otra forma:

  • Me pongo:
    Hablar en primera persona hace que ponga el foco en mí.
    Al afirmar “me pongo nervioso/a”, lo que hacemos es responsabilizarnos de nuestras propias emociones.

¿De quién son las emociones? ¿Quién hace que aparezcan?

Son nuestras emociones y aparecen de lo que pensamos e interpretamos sobre lo que vemos u oímos.

Hacernos responsables es tener el control. Depende de nosotros.

 

La primera forma de hablar quizá nos viene desde bien pequeñitos.

Me viene a la cabeza aquella escena de un niño/a que tropieza con algún objeto como pueda ser, por ejemplo una mesa, se hace daño y se pone a llorar. Ocurre entonces que alguna persona adulta se acerca y para que se le pase dice mientras pega a la mesa con la mano: “Mesa mala, mesa mala”. Además de animar al niño/a a pegarle también.

¿Qué le enseñamos con esto?

El mensaje que le transmitimos es que se ha caído por culpa de algo externo, en este caso, la mesa. Y que además, hay que castigarlo.

 

No sé yo exactamente de dónde vendrá esta falta de responsabilidad y afán por echar balones fuera sobre nuestras emociones.

Lo que sé es que no ayuda que cuando un niño se cae al suelo digamos aquello de “mesa mala” y le peguemos mientras lo decimos.

Desde mi forma de verlo, debemos de hacerle ver el motivo por el que se ha caído. O bien iba muy rápido, o miraba para otro lado, o iba distraído,…

¿Qué debería de hacer para que no vuelva a pasar la próxima vez?

Porque no es la mesa la que le ha hecho caerse, y volviendo al tema, tampoco es aquello de me ponen nerviosa, me sacan de quicio, me …

… como si tuviésemos botones en el brazo con el que en función de pulsar uno u otro fuese cosa de los demás el cabrearme, ponerme triste o nerviosa.

En definitiva, formas victimistas de hablar de las que no nos damos cuenta y que nos mantienen en una posición indefensa donde no hay lugar al cambio y además son los demás los que hacen que me ponga como me pongo. ¡Pobre!

 

Esto ocurre familiares, amigos, compañeros de trabajo,…

Nos sirve a todos los niveles de relaciones.

La clave, para mí conocer el circuito de que el pensamiento gatilla la emoción y la emoción, la acción.

Pensamiento – Emoción – Acción

 

Ese es el circuito y por lo tanto, es uno mismo el que lo activa y hace que surja una u otra emoción y no son los demás.

¡Respira!
Responsabilízate. Cambia tu interpretación, cambia tu emoción.

No, no te ponen nervios@, te pones tú nervis@



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